Llegué a Lord Dunsany hace pocos años, luego de mucho tiempo leyendo su nombre en comentarios de otros escritores. Intuía que el encuentro sería placentero, confiado en que los hilos que me llevaban hacia él eran sostenidos por manos de autores cuyas opiniones me resultan inapelables.

Esos comentarios habían formado en mí la imagen de un noble que escribe fantasía; una fantasía que discurre como un arroyo entre una orilla poblada por elfos y seres feéricos, y otra que se adentra en una topografía imaginaria, con sus nombres arbitrarios y viajeros que la recorren. Lo que hallé en Cuentos de un Soñador, felizmente, fue un universo más rico y placentero de lo esperado, repleto de tramas y escenas que recordaban las obras de aquellos autores por quienes yo había conocido a Lord Dunsany: Lovecraft, Calvino, Borges. Se producía, así, ese bellísimo efecto con forma de uroboros en el que un libro nos remite a otro, y en éste hallamos las referencias que conocimos, primero, en sus tributarios.

Entre todos los hallazgos de esta categoría–que no son nuevos, pues seguramente otros lectores más sagaces han percibido antes que yo estas referencias- quiero proponerle al lector uno que confirma que Lord Dunsany fue bien leído por Tolkien. La mayoría de las críticas reconocen esta relación y citan temáticas en común, pero no di con ningún comentario en español que se percate de un detalle menor y, por eso mismo, encantador para quienes nos regocijamos en las pequeñeces: en el cuento Días de ocio en el país del Yann el protagonista relata su travesía por el río Yann, describiendo ciudades y territorios, todo con un estilo que anticipa al Italo Calvino de Las Ciudades Invisibles. Al final del viaje, el barco que conduce al personaje principal llega a Bar-Wul-Yann, la “Puerta del Yann”, el paraje que ansiaba observar. Lord Dunsany -al menos en la traducción a la que accedí- lo describe como “…de las dos montañas que se erguían a ambas orillas, salían hacia el río dos riscos de mármol rosa, resplandeciendo en la luz del sol bajo, y eran suaves y altos como una montaña, y casi se encontraban, y el Yann pasó entre ellos dando tumbos, y encontró el mar”. Mientras leía estas palabras por primera vez me resultó evidente que la “Puerta del Yann” era un antecedente de los “Pilares de los Reyes”, los famosos Argonath que la Comunidad del Anillo atraviesa en su travesía por la Tierra Media: “…y de pronto vio dos rocas que se acercaban desde lejos: parecían dos grandes pináculos o pilares de piedra. Altas, verticales, amenazadoras, se erguían a ambos lados del Río. Una estrecha abertura apareció entre ellas…”. Tal vez, aun transcribiendo ambos fragmentos, la relación no se les aparezca a todos los lectores con la misma claridad, pero sabiendo que Tolkien frecuentó las historias de lord Dunsany es verosímil considerar que la similitud entre las dos imágenes no fue consecuencia del azar. En mi caso, las dos maravillas geográficas pueden superponerse y calzan con exactitud, mientras la lectura avanza como los viajeros en sus embarcaciones.

El valor de estos encuentros es indeterminado. Dependerá del lector y del interés que tenga en tejer estas redes de referencias. Algunos pasarán el detalle de largo, como quien ve un rostro conocido en la calle pero no se detiene a saludar. Otros, en cambio, experimentaremos una especie de epifanía, tal vez imaginando que las coincidencias entre nuestros autores favoritos son la prueba de cierto plan -divino o involuntario- en las lecturas que escogemos.

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Martín Mazzuco Cánepa – Abogado y ensayista.